La educación del futuro ya está en marcha

Las empresas demandan creatividad, resolución de problemas, pensamiento crítico y trabajo en  equipo. Unas habilidades que no enseña ni mide el sistema educativo heredado de la Revolución Industrial. Hay que explorar nuevos caminos. La buena noticia es que el germen de la educación para el futuro ya está en marcha. Y está surgiendo desde dentro.

Cada vez surgen más iniciativas innovadoras desde los centros, que buscan explorar nuevos métodos conscientes de que el sistema actual presenta carencias para el mundo que viene. La educación hoy no es sólo transmitir conocimientos, sino formar ciudadanos creativos, emprendedores, críticos y capaces de desenvolverse en todos los niveles.

Cuatro de la tarde. Entra la profesora de Ciencias y baja las persianas. Medio a oscuras, va llamando y colocando a cada uno. “Tú eres Júpiter. Tú, Saturno. Tú, Plutón…”. Curiosos y algo desconcertados, ocupan su sitio mientras escuchan las explicaciones de su planeta. La situación se repite días después, pero ya no hace falta dar nombres. Medio jugando, todos han aprendido los planetas y su posición.

Son chicos de Primaria. De seis y siete años. Forman parte de ese colectivo que trabajará en empleos que hoy no existen. Hace unas semanas visitaron lugares y tiendas del barrio para conocer su entorno. En Infantil, aprendieron la Prehistoria construyendo una cueva, herramientas y un traje de troglodita. Padres voluntarios ayudaron algunas tardes. También crearon el libro de las Comunidades Autónomas. Buscaron, recortaron y pegaron en folios sus monumentos, ríos, trajes y platos típicos, ubicación y provincias. Al final, entre nervios, cada uno expuso la autonomía que había investigado.

Se trata de un colegio concertado del barrio madrileño de Arganzuela. Un ejemplo cualquiera de cómo van cambiando algunas cosas. No son cambios generalizados. Ni vienen alentados por ninguna ley. Son iniciativas que surgen desde dentro. Desde colegios que aprovechan su autonomía para explorar nuevos caminos, conscientes de que el viejo sistema heredado de la Revolución Industrial ya no sirve.

“En 2001 empezamos a trabajar los círculos de convivencia porque el aprendizaje relacional es clave para resolver los conflictos que surgen en la vida. Creamos grupos de alumnos que, asistidos por profesores, están preparados para prevenir, detectar y actuar ante potenciales conflictos como acoso escolar, aislamiento… Cuando vimos que los conflictos entre adolescentes se movían a las redes sociales, creamos el grupo de ciberalumnos. Tenemos agentes de salud, corresponsales de juventud… Los chicos se sienten protagonistas y responsables y participan muy activamente desde el principio, cuando les dijimos que entre todos hacíamos las normas y velábamos por su cumplimiento”, explica Luis Ángel García, director del instituto público Miguel Catalán en Coslada (Madrid). Bajo la filosofía de que “la educación no sólo se da en las aulas sino hacia fuera y hacia dentro”, el centro desarrolló Programas de Aprendizaje y Servicios  en los que se combina aprendizaje académico y experiencial. Un ejemplo: en Humanidades, al estudiar Grecia y Roma, los chicos se preparan los temas con el objetivo final de ejercer de guías para los abuelos del barrio en una visita guiada en el Museo Arqueológico de Madrid. “Si hubieras visto su satisfacción y conciencia de éxito… Sobre todo de uno que siempre se ha visto como un bala perdida…”, recuerda emocionado el director. Otro ejemplo: al estudiar la Guerra Civil entrevistan a los mayores del barrio desde diferentes perspectivas y luego preparan un libro o una exposición. “Creemos que la interrelación generacional es importante”, dice García. “Estamos viendo más innovación que nunca y a todos los niveles: desde la arquitectura de las aulas (más grandes y diáfanas, con mesas en grupos y no en fila), hasta la forma de evaluar (no sólo exámenes), pasando por nuevas pedagogías, educación experiencial…
Pero de nada sirve cambiar las mesas o la forma de trabajar si no hay un propósito. Y lo que vemos es que los centros más visionarios tienen muy claro que la educación va más allá de lo puramente cognitivo; que  ya no se trata solo de enseñar lecciones, sino de aprendizaje social, emocional, aprender a aprender… La educación debe ir más allá de las cuatro paredes del aula y tener como objetivo preparar a los alumnos para vivir en un mundo cada vez más complejo y para generar un impacto positivo en la sociedad”, resume David Martín, codirector y responsable de educación de la ONG Ashoka España, premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional en 2011.

Aflorar la creatividad

Ciertamente, la educación debe dejar atrás la vieja escuela contra la que alertaba, ya en 2006, el experto y asesor de gobiernos en materia educativa, Ken Robinson: “Las escuelas tradicionales matan la creatividad porque funcionan como fábricas, con compartimentos separados, horarios fijos, bloques de tiempo y evaluaciones constantes para determinar si son aptos para continuar ahí o no”.

Hoy el mundo no reclama trabajadores preparados para tareas manuales y rutinarias, que serán asumidas en el futuro por los robots y la automatización. Demanda otra cosa.

“Los sistemas educativos necesitan preparar a los estudiantes no solo para un trabajo, sino para toda una carrera profesional. Las empresas demandan creatividad, imaginación, resolución de problemas, pensamiento crítico y trabajo en equipo, unas habilidades que los sistemas tradicionales no enseñan y que son difíciles de medir”, indica el Banco Mundial en su estudio Dividendos Digitales.

En la misma línea apunta el último informe New Vision for Education del World Economic Forum, que destaca la importancia del aprendizaje emocional y social “que conviene iniciar desde pequeños; los chicos que adquieren estas habilidades tienen mejores resultados académicos y más tasas de empleabilidad”.

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